Muchos de nosotros estamos viviendo una profunda crisis existencial que se debe, o almenos así creemos, a la grave situación económica actual, que nos genera incertidumbre, falta de expectativas, carencia de rumbo y sensación de sin sentido y abismo cada vez que nos proyectamos hacia delante o hacemos lo que sea. Creo no equivocarme al pensar que éstas, mis propias sensaciones, son las mismas que ahora mismo tienen la mayoría de los jóvenes españoles.
Sin embargo, bajo toda esta problemática(o por encima, si consideramos que puede ser la base de todo el problema) hay una realidad problemática mucho más profunda en torno a una cuestión que nos afecta a todos: el amor. Ya diagnostisca Fromm, en El arte de amar, cuáles son las claves del problema y cuál es el verdadero sentido de AMAR.
El amor, el amar, es una actitud inherente a nuestro ser, que nos hace únicos, que nos genera sufrimiento y también profundas alegrías. No obstante, el verdadero significado de amar se ha banalizado de forma radical, se ha convertido en un objeto, en una mercancía que se consume y se tira. Cabría pensar, por ejemplo, si no estamos más preocupados en todo momento por ser amados que en detenernos en el modo en que amamos a los demás. O si vivimos el amor como un proceso que tiene un principio y que se va desgastando y que deberá ser desechado como le ocurre al resto de cosas materiales de las que disponemos: párate a pensarlo (?).
Fromm señala que AMAR es un ARTE, y como tal, debe aprenderse. Aprender, sin embargo, conlleva un esfuerzo, un trabajo difícil pero que como todo, genera sus frutos. Para amar a una persona hay que amar necesariamente a todos los demás. Para amar al resto, primero hay que amarse a uno mismo (no pensemos en el narcicismo). Para amarse a uno mismo, hay que hacerlo todo con amor.
Ésto me recordó la respuesta que leí hace no mucho de una pareja de ancianos que contestaban a un hombre que les preguntaba cómo habían hecho para estar tanto tiempo juntos, a lo que ellos respondieron: "Fuimos de una época en la que cuando algo no funcionaba intentaba arreglarse, no se tiraba a la basura".
Y señalo que la respuesta es "intentaba" porque eso significa que nunca sabemos, al intentar algo, cuál va a ser el resultado. Sin embargo, al intentarlo, uno necesariamente hace un "acto de fe" en aquello que quiere conseguir, y sin duda, un acto de fe requiere siempre una actitud de amor.
28 de diciembre de 2012
17 de diciembre de 2012
SAPERE AUDE!
La filosofía es un camino que sólo comienza con un acto de valentía. Ya lo dijo Kant, alcanzar la mayoría de edad implica un esfuerzo. Abandonar la minoría de edad es derribar el suelo de nuestro sentido común heredado, de todas las costumbres y opiniones que nos rodean y que jamás han sido cuestionadas.
Aprendiendo a filosofar uno lucha contra el dogmatismo de lo aceptado, enfrentándose a todo lo que se esconde, al infinito de lo desconocido. Como nos dice Russell en Los problemas de la filosofía, mediante el conocimiento filosófico uno de desapega de su YO, un yo privado que se siente seguro en sus propios límites, que se siente seguro en un entorno en el que no tiene necesidad de pensar, porque ya le viene dado.
Empezar a filosofar es incómodo, pero sólo así se van diluyendo los límites de nuestro conformismo con lo que, por ahora, hay. Es un acto valiente porque al pensar, dejamos de sentirnos cómodos ante un mundo que, NECESARIAMENTE, nos tiene que extrañar. Sólo así, en la aparente e inicial incomodidad, uno es libre de verdad. Por eso, SAPERE AUDE: "atrévete a saber".
La filosofía es un camino que sólo comienza con un acto de valentía. Ya lo dijo Kant, alcanzar la mayoría de edad implica un esfuerzo. Abandonar la minoría de edad es derribar el suelo de nuestro sentido común heredado, de todas las costumbres y opiniones que nos rodean y que jamás han sido cuestionadas.
Aprendiendo a filosofar uno lucha contra el dogmatismo de lo aceptado, enfrentándose a todo lo que se esconde, al infinito de lo desconocido. Como nos dice Russell en Los problemas de la filosofía, mediante el conocimiento filosófico uno de desapega de su YO, un yo privado que se siente seguro en sus propios límites, que se siente seguro en un entorno en el que no tiene necesidad de pensar, porque ya le viene dado.
Empezar a filosofar es incómodo, pero sólo así se van diluyendo los límites de nuestro conformismo con lo que, por ahora, hay. Es un acto valiente porque al pensar, dejamos de sentirnos cómodos ante un mundo que, NECESARIAMENTE, nos tiene que extrañar. Sólo así, en la aparente e inicial incomodidad, uno es libre de verdad. Por eso, SAPERE AUDE: "atrévete a saber".
28 de octubre de 2012
Fluir
Madrid centra, y acerca. Ahora entiendo porqué aquí conviven almas tan anónimas y tan lejanas. Aquí es donde en el cruce de caminos convergen inquietudes varias, pensamientos divergentes y un stress colérico. Miradas despersonificadas pero trato personal. Rostros múltiples, imprecisos, que jamás vuelven a encontrarse para definirse.
Metrópolis activa, me tranquilizas. Aquí puedo, por vez primera, oír el ruido del presente. Me mantengo quieta inmersa en la velocidad desenfrenada del movimiento masivo. Aquí escucho mis propios pasos cuando llueve, cuando las gotas de agua tocan mis zapatos, y fluyo.
Ahora entiendo la relación que hay entre inspiración y grandes ciudades. Ahora entiendo porqué Madrid inspiró a Sabina.
Metrópolis activa, me tranquilizas. Aquí puedo, por vez primera, oír el ruido del presente. Me mantengo quieta inmersa en la velocidad desenfrenada del movimiento masivo. Aquí escucho mis propios pasos cuando llueve, cuando las gotas de agua tocan mis zapatos, y fluyo.
Ahora entiendo la relación que hay entre inspiración y grandes ciudades. Ahora entiendo porqué Madrid inspiró a Sabina.
12 de junio de 2012
Una estrofa al tiempo
Qué quiero y qué no quiero,
tan indefinible como qué dirección tomará el viento.
Buscar lo que quiero es tratar de encontrar lo impredecible.
Aunque hay algo que sí sé que quiero.
Yo lo que quiero es tiempo.
tan indefinible como qué dirección tomará el viento.
Buscar lo que quiero es tratar de encontrar lo impredecible.
Aunque hay algo que sí sé que quiero.
Yo lo que quiero es tiempo.
10 de junio de 2012
Qué es lo que nos hace ser lo que queremos ser
Hace un tiempo ya que consideraba de nuevo el hacer (y no abandonar más) una entrada mía a este lugar que siempre tiene una puerta abierta para mí... y una puerta abierta para todos.
Una conversación espontánea sin fin de una amistad sin límites ni fronteras, ha sido la que me ha dado la última nota inspiradora para hacer lo que mi mente (y mis dedos) pueden hacer muy bien ante un espacio en blanco.
Si algo hay que empezar a aprender, sobretodo cuando una siente que se está haciendo algo mayor, como es mi caso, es que lo que hacemos diariamente y lo que queremos hacer sólo pueden conseguirse con voluntad y sacrificio. Es importante seguir esta frase como un pilar fundamental de un manual básico de supervivencia. Tiende a ocurrirme, como ejemplo personal, que pienso que si hay algo que se me da bien, que me gusta, que me apasiona, que me reconforta realizar y a lo que querría dedicar algunas horas de mi día a día, ese algo vendrá a mí espontáneamente, y no tendré que pensar en hacerlo porque está en mí, en mi vocación, como si un impulso de mi corazón me forzara a llevarlo a cabo. E aquí la paradoja: desgraciadamente, la vida no es tan fácil...Afortunadamente, estamos bastante equivocados. Y digo afortunadamente porque si fuera el caso que he descrito, entonces aquellos que no hacemos nada, estaríamos condenados a no hacer ni crear nunca nada. Cuando nos susurran en la conciencia cosas que querríamos hacer y no hacemos, nos sentimos algo decepcionados con nosotros mismos: ¿significa eso que no sirvo para eso, que en verdad no me gusta tanto? ¿No me gusta escribir si nunca escribo? ¿No me gusta tocar la guitarra si nunca me pongo enserio a tocarla?. Pero entonces, ¿quién puede explicar que ahora mismo ni mi mente ni mis manos puedan poner fin a esta escritura?.
Aristóteles decía que el hábito es lo que nos permite llegar a ser personas virtuosas, a conseguir nuestra propia virtud. Uno no nace sabiendo aquello que quiere hacer, eso del don natural más vale dejarlo un poco de lado. ¿Mucho que abordar? ¿Hacer deporte, quizás? ¿Comer bien? ¿Leer más? ¿Estudiar más? ¿Dedicar más horas a cocinar? ¿Dibujar? ¿Tocar algún instrumento? ¿Estudiar? Mucho ruido. Si, cierto y deprimente, al final no hemos hecho nada. Me viene una sensación de remordimiento, o algo así como una sensación difusa de insatisfacción, un asco existencial, ¿no sirvo para eso?, ¿acaso no podemos hacer todo aquello que nos proponemos hacer, o aquello que hacen otras personas con las cuáles nos comparamos a veces e incluso envidiamos?
Con esta entrada pretendo hacer que se destruyan este tipo de pensamientos y demostrar que el camino de nosotros mismos es un continuo hacerse, ya que lo que somos hoy y lo que hacemos hoy es algo que en cualquier momento puede cambiar o seguir su rumbo, según lo que prefiera nuestra voluntad. Y, en definitiva, que dedicarse a algo es, precisamente, ir haciéndolo. Porque, al fin y al cabo, lo que es nuestra vida y lo que somos nosotros, es lo que vamos haciendo.
"Exister c'est là, simplement" (J.P. Sartre)
Una conversación espontánea sin fin de una amistad sin límites ni fronteras, ha sido la que me ha dado la última nota inspiradora para hacer lo que mi mente (y mis dedos) pueden hacer muy bien ante un espacio en blanco.
Si algo hay que empezar a aprender, sobretodo cuando una siente que se está haciendo algo mayor, como es mi caso, es que lo que hacemos diariamente y lo que queremos hacer sólo pueden conseguirse con voluntad y sacrificio. Es importante seguir esta frase como un pilar fundamental de un manual básico de supervivencia. Tiende a ocurrirme, como ejemplo personal, que pienso que si hay algo que se me da bien, que me gusta, que me apasiona, que me reconforta realizar y a lo que querría dedicar algunas horas de mi día a día, ese algo vendrá a mí espontáneamente, y no tendré que pensar en hacerlo porque está en mí, en mi vocación, como si un impulso de mi corazón me forzara a llevarlo a cabo. E aquí la paradoja: desgraciadamente, la vida no es tan fácil...Afortunadamente, estamos bastante equivocados. Y digo afortunadamente porque si fuera el caso que he descrito, entonces aquellos que no hacemos nada, estaríamos condenados a no hacer ni crear nunca nada. Cuando nos susurran en la conciencia cosas que querríamos hacer y no hacemos, nos sentimos algo decepcionados con nosotros mismos: ¿significa eso que no sirvo para eso, que en verdad no me gusta tanto? ¿No me gusta escribir si nunca escribo? ¿No me gusta tocar la guitarra si nunca me pongo enserio a tocarla?. Pero entonces, ¿quién puede explicar que ahora mismo ni mi mente ni mis manos puedan poner fin a esta escritura?.
Aristóteles decía que el hábito es lo que nos permite llegar a ser personas virtuosas, a conseguir nuestra propia virtud. Uno no nace sabiendo aquello que quiere hacer, eso del don natural más vale dejarlo un poco de lado. ¿Mucho que abordar? ¿Hacer deporte, quizás? ¿Comer bien? ¿Leer más? ¿Estudiar más? ¿Dedicar más horas a cocinar? ¿Dibujar? ¿Tocar algún instrumento? ¿Estudiar? Mucho ruido. Si, cierto y deprimente, al final no hemos hecho nada. Me viene una sensación de remordimiento, o algo así como una sensación difusa de insatisfacción, un asco existencial, ¿no sirvo para eso?, ¿acaso no podemos hacer todo aquello que nos proponemos hacer, o aquello que hacen otras personas con las cuáles nos comparamos a veces e incluso envidiamos?
Con esta entrada pretendo hacer que se destruyan este tipo de pensamientos y demostrar que el camino de nosotros mismos es un continuo hacerse, ya que lo que somos hoy y lo que hacemos hoy es algo que en cualquier momento puede cambiar o seguir su rumbo, según lo que prefiera nuestra voluntad. Y, en definitiva, que dedicarse a algo es, precisamente, ir haciéndolo. Porque, al fin y al cabo, lo que es nuestra vida y lo que somos nosotros, es lo que vamos haciendo.
"Exister c'est là, simplement" (J.P. Sartre)
11 de marzo de 2012
Ellos

Hace unos días que me ronda la idea de publicar una entrada para hablar de aquellos que, un día, fueron protagonistas, los principales personajes de esta gran obra que llamamos mundo. Siempre han sido personajes secundarios, pero siempre han despertado en mí cierta conmoción. Pero un día te das cuenta, sentada en el autobús observando a las personas que están esperando en las paradas, de que están ahí, como invisibles, llenando el espacio de ese escenario que, sin ellos, estaría descompensado.
En sus ojos puedo leer algo contradictorio, en cierta manera ambiguo, acerca de su mirada propia frente al mundo. Hay en ellos algo así como admiración, curiosidad y confusión frente a un entorno que han masticado y han saboreado, del que son los auténticos expertos y los sabios. Arrastran experiencia, arrastran historias con ellos, las llevan dentro, nada les puede conmover, pues cada una de esas personas han pasado muchísimas veces el florecimiento primaveral, lo que se trae de nuevo la vida, lo nuevo que lleva consigo el tiempo, la renovación vital. En este sentido, no esperan nada más, más cambios, no hay nada más que ellos puedan conocer.
Pero como he dicho, lo primero que sientes al entrar en su mirada es extrañeza. Extrañeza ante todo aquello que ya no pueden ni podrán conocer, que les es conocido y a la vez desconocido. Conocen a las personas, conocen lo que les sucederá, conocen muchas experiencias, pero desconocen inevitablemente el sentido de lo nuevo. Ya no tienen ni quieren tener esa capacidad de aprender, hay algo en su ser y en su conciencia que les impide ya seguir en esa dinámica de renovación: tecnologías, nuevas relaciones personales, nuevos problemas, nuevos temas, nuevas ideologías, nuevos debates, nuevos libros, nuevos pensamientos, nuevos colores, nuevos rumbos.
Éstos son los mayores de nuestra sociedad. Los que están sentados en la parada del autobús mirando los coches, observando a los jóvenes pasar. Ésta es mi abuela al escucharme y observarme cuando le cuento mis historias.
Conocer y desconocer, ésta es nuestra condición final de la vida. Quiero poder llegar a esa sensación, no me importa. Quiero que mi mirada, mi expresión, mis arrugas, sean como un libro escrito lleno de notas y matices que harán aprender a los demás, pero que a la vez sea un libro cerrado, editado, en el que ya no es posible una sola reedición más. Pues me será suficiente haber vivido lo que hasta entonces habré vivido. Y tengo que resignarme a aceptar, si es esto lo que deseo, que los nuevos protagonistas de la historia del mundo observen en mí esa mirada de extrañeza y confusión permanente ante todo lo nuevo que venga, cuando yo haya decidido no renovarme más.
27 de febrero de 2012
La búsqueda

Ella llevaba una vida bastante normal, acomodada, no tenía motivo alguno para sentirse mal. Pero había oído hablar de un sitio y de otro sobre lo maravilloso que era vivir, de cómo la vida podía hacernos conseguir eso que llamamos felicidad.
Se dió cuenta de que en su vida no había nada que pudiera representar aquello que era "la clave de la vida", algo que se pudiera identificar con lo mejor de la vida. Comenzó a preguntarse así que debía ser lo mejor de la vida. En un lugar escuchaba una cosa y en otro, otra cosa distinta, aquí y allí, respuestas diferentes sobre la clave de la vida. Se sentía confusa. Por ejemplo, unos decían que alcanzar la buena vida consistiría en encontrar el mejor trabajo para uno: dedicar la vida y poder vivir de aquello que más nos gustaba hacer. Otros decían que para encontrarse bien debía viajar mucho y descubrir un lugar remoto precioso en donde encontrara la belleza absoluta del mundo. Unos últimos creían que lo mejor de la vida era encontrar nuestro amor verdadero y estar para siempre con él.
Ella decidió comenzar su búsqueda para alcanzar eso que podría significar ser lo mejor de la vida, como hacemos todos cuando tenemos un proyecto en la mente. Agarrarnos a eso es lo que nos permite vivir, y vivimos para alcanzar ese estado final. Ella eligió formarse, por ejemplo, en aquello que más le gustaba hacer y que más le gustaría estudiar. Alcanzó así el trabajo que más sentía que se identificaba con ella, y sentía gratitud al hacerlo. No le fué suficiente, y ella se apuntó a colectivos viajeros que se perdían en lugares remotos del mundo para contemplar la sublime belleza de la naturaleza y de otras culturas. Se preguntaba ¿he encotrado así lo mejor de la vida? Aún sentía un vacío en la respuesta a esta pregunta. Pensó que se trataba entonces del amor, ella aún no se había tomado enserio el amor. Así que se abrió al amor, y salía de un lado para otro y se apuntaba a distintas actividades, buscando su romance verdadero, nunca sola, sino con toda aquella gente que había conocido gracias a sus estudios y a sus viajes. Por fin alguien consiguió cautivar su corazón.
Ella ya lo tenía todo, pero no la clave de la respuesta a su pregunta fundamental: no tenía la clave para conseguir lo mejor de la vida. Hasta que un día alguien sabio que le hizo abrir los ojos: le dijo que jamás encontraría la clave de vivir mientras no se desprendiese de esa idea de tener que alcanzar algo en la vida, pues una vez alcanzado, seguía sintiendo que no tenía respuestas. Se percató de que las mejores sensaciones que había tenido en su vida eran todas aquellas que formaban parte del proceso de esa búsqueda: las personas que había conocido en sus viajes, las cosas que había aprendido en su formación, las personas que le había enseñado, los lugares que había conocido, y las sensaciones que había tenido al principio con el chico con el que pasaría seguramente el resto de su vida. Se dió cuenta de que en definitiva, aquello que era vida era ese ir viviendo, esa búsqueda de algo que no sabemos qué es, y que en realidad no es nada. Así que decidió, simplemente, ir viviendo esa búsqueda e ir viviendo ese deseo constante de alcanzar cosas que aún no hemos alcanzado, pues el deseo de querer algo es lo que nos mueve en la vida.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)