La Filosofía se encuentra ahora mismo en un momento problemático de su existencia, pues la próxima ley que está a punto de aprobar el Gobierno, la denominada LOMCE, suprime con radicalidad dos de las materias que hasta ahora han sido obligatorias en la Enseñanza Secundaria: Educación ético-cívica, de 4º de ESO, e Historia de la Filosofía, de segundo de Bachillerato.
Más allá de reiterar la importancia de esta disciplina y lo que implica negativamente su eliminación, en tanto que constituye la huella histórica más esencial de Occidente, a lo que quiero apuntar en esta entrada es a todo lo que estamos renunciando si nuestros jóvenes dejan de estudiar Filosofía.
El primer paso para ello creo que debe ser el reconocer de qué forma hemos sido nosotros mismos, los filósofos, los culpables, en gran medida, de que la Filosofía haya quedado relegada a un entorno académico, muchas veces llegando a rozar la "caspicie" ecléctica, en tanto que no sólo ha asumido, sino que ha dado fuerza a su propia marginalidad. La Filosofía, en su pretensión de ser pura, ha despurificado todo lo demás. Pero como subrayó Adela Cortina en un encuentro de la REF al que tuve la oportunidad de asistir, "debemos volver a mancharnos con la realidad".
Admitamos que ya no queda lugar para estudiar el pensar filosófico, pensemos en el momento en el que ya no tendremos la oportunidad de hacer filosofía con nuestros alumnos: esto es, ya no les podremos mostrar un pensamiento históricamente muerto que sólo hace que mostrar de qué forma la filosofía no consigue estar conectada con su actualidad más cercana y cotidiana. Y es que, yo me pregunto: ¿realmente, hemos aprovechado nuestra oportunidad? ¿Hemos trabajado lo suficiente con nuestra enseñanza para que la Filosofía ofrezca un enfoque que pueda ser valorado?. Reflexionemos sobre ello, sin emitir ningún juicio al respecto.
Voy a centrarme en pensar lo que, desde mi punto de vista (y el de muchos otros filósofos) se pierden las próximas generaciones, y nosotros mismos, si dejamos de hacer filosofía. Remitiéndome a Kant, creo que aquello por lo que tenemos que luchar es por enseñar a despertar una ACTITUD FILOSÓFICA. Es esencial que la filosofía deje de entenderse sólo como una Historia de la Filosofía, y pase a concebirse como lo que realmente es, una actitud plenamente humana, que tiene un potencial infinito de pensamiento, creación, innovación, transformación, reflexión, argumentación, que, útil o no, permite, siempre, ir más allá de lo dado. Ir más allá de lo dado no sólo en ella misma, sino en cualquier otra disciplina de saber. Pensar problemáticas y pensar soluciones, crear nuevas propuestas y deliberar posibles situaciones, otros enfoques e infinitas perspectivas.
Porque, y eso no habrá nadie que lo pueda negar, si algo tiene la filosofía que no tiene ninguna disciplina más, es una capacidad de diálogo constante con todos los ámbitos del conocimiento humano, una comprensión del todo que conforma las redes del pensamiento y la cultura, que tiene que empezar a verse, como mínimo, como algo provechoso para la formación de las personas, que no puede sino más que dar frutos. Y no pretendo entrar en la discusión de si estamos sometiéndonos a un pragmatismo si subrayamos este tipo de utilidades que nos da el tener una actitud filosófica, pues lo más importante es pensar de qué forma podemos combatir ese destierro de lo que consideramos tan y tan fundamental, y por tanto, como persona con actitud filosófica que soy, aceptaré nuevos enfoques o posibles propuestas distintas para poder ir más allá de lo dado: la posibilidad de su eliminación.
No pretendo quitar el valor que tiene el estudiar a los filósofos de la historia, éso es algo fundamental. Precisamente, se trata de dar un nuevo enfoque a ese recorrido histórico, tratando de dar relevancia a cómo el filósofo se conecta siempre con su realidad, y de qué forma entra en diálogo con todo: arte, lenguaje, psicología, política, ciencia, tecnología, historia, economía, ética, religión, etc. De qué forma la actitud filosófica es el DIÁLOGO por excelencia, y que la actitud dialogante es básica y tiene que ser construida de forma plenamente consciente por cada individuo en su praxis social. Tratar de mostrar que el pensar filosófico no es marginal, sino algo siempre creativo que permite la relación con los demás. En definitiva, dar relevancia al hecho de que uno comprende mejor su mundo, conecta con todo lo demás y con los demás y, en definitiva, saca más partido de su existencia, sabiendo filosofar. En fin, que la lengua y las matemáticas no son herramientas suficientes para forjar nuestro carácter personal, académico y social, que sólo sabiendo éso, no seremos capaces de labrarnos un buen futuro. Que sin reflexión no hay acción, y que sin acción, todo es nada, y nada es todo.
Qué nos queda por hacer. Este discurso no cambiará nada. El anteproyecto está en marcha, y posiblemente se lleve a cabo. Si esto ocurre, debemos sacar partido de esa situación en la que nos veremos inmersos, y ser creativos de forma que la Filosofía no sólo no muera, sino que cada vez tenga más éxito. ¿De qué forma? Trabajando de forma pequeña, en las calles, en centros, en aulas. Realizando cursos y talleres que conecten la filosofía con otras realidades que interesan al ciudadano. La filosofía puede y debe dialogar con todo lo que la sociedad demanda. Y es su labor despertar la conciencia de las personas, fomentar el camino hacia la mayoría de edad kantiana. Éso es posible sólo con creatividad, capacidad de transformación, amoldamiento a la situación y también, sí, un cierto espíritu emprendedor: capacidades, todas, que la misma filosofía nos puede brindar, y que por cierto, paradójicamente, la misma sociedad nos demanda.
C.