
Mientras tanto, mi pretensión de hoy es dotar de actualidad y vigencia el título de mi blog, rememorando por tanto mis orígenes y la idea básica que sustenta esta página: que el silencio es sublime. ¿Por qué puedo seguir sintiéndome orgullosa de haber elegido esta idea, y no otra? Mi interés por el saber, esto es, mi pasión por el pensamiento y las palabras que lo concretan y lo permiten llevar a cabo, debe conllevar, necesariamente, una admiración con un espacio existencial que le es previo y que lo posibilita: el espacio del silencio.
Sólo cuando uno se encuentra en la sublimidad del silencio es capaz de pensar verdaderamente, y aunque la razón es común a todos y la ejercemos mejor en sociedad, dialogando, deliberando, (aunque no me sobran dudas al cuestionarme si hoy en día podemos decir que uno piensa mejor hablando con los demás); el paso previo es el silencio, la calma que, precisamente, posibilita la escucha. La escucha es amplia, compleja y concreta. Es la interacción plena con el otro y la salida de nuestra propia subjetividad. Sin escucha, no hay posibilidad de diálogo, y sin diálogo, no hay posibilidad de pensamiento más allá de una especie de narcisismo. La escucha propiciada por el silencio es rotunda, y implica poner en modo off cualquier ruido mental, cualquier muestra de subjetividad que de forma mecánica se anticipa en cualquier encuentro. Sin duda, un trabajo sacrificado y difícil, aunque no me cabe duda que genera sus frutos.
El silencio propicia no sólo la relación con los demás, sino la interacción con uno mismo, haciendo de nosotros una conciencia activa que, una vez se encuentra con ella misma, es capaz de pensar, y a partir de ahí, hablar con plena lucidez, comenzando así un largo camino como es el de la filosofía.